Durante el viaje conocí mucha gente con vidas fascinantes, con tantas historias y anécdotas que contar que podrían haber estado días narrándome sus vivencias. De muchos de ellos no recuerdo su nombre, ni si quiera el lugar preciso donde se cruzaron nuestro camino, solo conservo una sensación, una impresión y sentimientos. Mucha de esta gente parecía sacada de una novela «indie»o de algún cómic Japones. A todos ellos nos unía el mismo sentimiento, la misma energía y las ganas de descubrir y vivir la experiencia de viajar. Muchos de ellos son viajeros desde hace años, incluso dedican su vida a viajar.

Siempre recordaré a un señor alemán de unos 70 años con su bicicleta de montaña de acero roída. Se notaba el paso del tiempo: el acero rasgado por los viajes, su gorro de lana altiplánico, su suéter unas cuantas tallas más grandes y siempre dispuesto a ofrecer un café bien caliente en su taza de aluminio. Una taza aboyada y con marcas de café en su interior casi negro donde se podía oler el paso del tiempo. El humo que salía de la taza era tan especial que casi podía dibujar las mil y una historia que habían saboreado otros viajeros.

Jamás podré olvidar las conversaciones con este señor. Me hablaba sobre matemáticas y de conceptos tan complejos como la abstracción. Tenía su propia teoría sobre la vida, las relaciones humanas o el arte. Me comunicaba con él gracias a mi ingles de instituto. Apenas se conjugar el verbo «to be» pero intentaba realizar alguna aportación a las conversaciones. La situación era totalmente surrealista, pero nos entendíamos a base de dibujos y esquemas sobre la tierra húmeda. Siempre recodaré a toda esta gente con cierta melancólica, aunque con la alegría de haberlos conocidos.